Los jóvenes nos encontramos inmersos en una realidad que no nos otorga proyecciones futuras, que no nos abre un camino de incentivos y esto se debe a que las preocupaciones primordiales son otras: sobrevivir.
Si hacemos referencia a un chico de doce años que tiene la obligación de salir en busca de trabajo para poder ayudar económicamente a su familia, y eso le impide poder asistir a un establecimiento educativo y a su vez, lo lleva a permanecer la mayor parte del tiempo en la calle; no es casual que se vea rodeado por un ambiente que no le es favorable y caiga en la seducción de las drogas o el alcohol.
De esta manera, se encamina hacia una vida donde hay códigos distintos, donde lo importante es pasar el día y resistir. Allí, en los alrededores de la ciudad o fuera de los barrios de la alta sociedad se encuentra el mundo de adolescentes que enfrentan otro contexto y que se encuentran condicionados por el ambiente.
Si bien algunos tuvimos la suerte de nacer en una casa donde no nos faltó nada, rodeados de adultos que nos marcaran lo correcto de lo incorrecto, que nos aconsejaran a partir de sus experiencias para que no cometamos los mismo errores; muchos otros, que nacieron en el mismo tiempo y en el mismo mundo, se vieron sujetos a realidades distintas. Realidades que los limitaron y los marginaron.
Varios tuvimos la oportunidad de estudiar, de proveernos de conocimientos e ideas, que hoy en día nos otorga la capacidad de pensar, opinar y discutir y; nos abre las puertas para elegir una carrera y proyectar un futuro.
Pero somos pocos los afortunados de una generación que nació en un país sumergido en el caos, en un territorio donde lo que sobra es tierra fértil y lo que falta es alimento. Heredamos una Argentina repleta de pobreza y desocupación que marcó a nuestros padres y por ende a nosotros mismos.
De esta manera, se presenta la situación de los nacidos en una década que recibe los resquicios del pasado, de la dictadura, del silencio y que recién ahora, posee la libertad para expresarse y encontrar su espacio de identidad.
Y es la música uno de los espacios y canales que gran parte de los jóvenes encuentra para manifestarse. Es la cultura de la protesta con ciertos estilos que crea un círculo donde los adolescentes se encuentran e identifican. La cumbia, por ejemplo representa la voz de los sectores populares que encuentran en ella su himno.
Por otro lado, las clases sociales más altas, no escapan a esta realidad. Muchos de los jóvenes de clase media alta encuentran en la música electrónica un espacio de reconocimiento, donde bailar junto el efecto de drogas como el éxtasis acompañado por la típica botellita de agua y los anteojos oscuros también refleja que en parte, ellos también están desorientados y no van por el camino correcto.
Por ende, se puede entender que la circunstancias que atraviesa la juventud no son consecuencia de la pertenencia a una clase social determinada, sino que en su generalidad los jóvenes responden al modelo de país que les ofrecen.
En este sentido, encontramos muchas de las respuestas que estamos buscando. Si muchos jóvenes toman o se drogan es porque buscan canales de escape para un día a día que no entienden, no comprenden, que los hace sentir perdidos.
La fórmula es evadir el presente: el hambre, los padres desocupados, la violencia, las desigualdades, la hipocresía y la falta de oportunidades. En este escape es donde se demuestra la falta de todo, el vacío.
Pero es aquí donde cabe preguntarse ¿Somos nosotros los culpables o responsables de la realidad que vivimos y de la actitud que tomamos ante las condiciones que se nos presentan?
La respuesta al interrogante es que somos producto de toda una historia y de un contexto que nos presenta este escenario en el que nos toca actuar. Pero, en este vacío de sentidos todavía contamos con las capacidades necesarias para poder construir un mañana que nos incentive y nos proyecte un futuro como encierra nuestra imaginación.
Por otro lado, también nos hallamos en la dicotomía que traen los grandes avances tecnológicos, que no dejan de ser meramente parte de un desarrollo material y comunicacional que plantea hasta situaciones irónicas. Es decir, que parece común ver un grupo de jóvenes que tal vez no tenga para comer, pero que si cuenta con unas monedas no duda en gastarlas en un rato en el ciber o en un par de “puchos”.
La globalización, a pesar de facilitar la comunicación y plantear un concepto de pérdida de fronteras, todavía no trae soluciones para las cuestiones más esenciales. De esta manera, nos enfrentamos con un presente que es difícil de comprender.
Tal vez, para entender el presente nos serviría hacer un recuento de la historia, ya que desde que la juventud comenzó a liberarse no ha parado de representar una generación de rebeldía donde es difícil encontrar límites y una orientación que nos indique que hacer de nosotros mismos. De cualquier manera en la actualidad, muchos agradecerían si su entorno les brindara mejores opciones y tal vez, no vendría mal una mano de ayuda de vez en cuando.
Maria Paz Rodriguez Striebeck
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